Por: PAULO RUIZ VARGAS
Trabajo, tradición e historia son legado que han dejado varios oficios que tuvieron auge en décadas pasadas y que se niegan a quedar en el recuerdo, pues luchan contra el consumismo de miles de productos desechables que circulan actualmente.
La sastrería, barberos, renovadoras de calzado, el afilador y otros trabajos han sido desplazados por los productos industriales que tienen menor resistencia que los elaborados artesanalmente, pero debido a que su costo es mucho menor la gente opta por comprarlos.
En la ciudad actualmente existen quienes se dedican a realizar estos oficios por enseñanza de sus padres, y han dado el sustento a sus familias, estudios a sus hijos y perdurado a través del tiempo.
El buen vestir, perdura
Tras 36 años de haber aprendido la Sastrería, oficio que le heredó su padre por tradición familiar, Jorge Aparicio Medina, uno de los pocos sastres del mercado de la 27 de Septiembre ha visto pasar varias generaciones que han partido ya de este mundo, “Había más pero ya se están yendo” cuenta consternado al periódico La Opinión.
Aunque asegura que el trabajo ha estado bien y ha sido constante, después de unos instantes aún con la mirada clavada en la prenda que plancha minutos antes de ser entregada al cliente, advierte que en las últimas fechas el trabajo ha disminuido de manera notable.
Jorge Aparicio, aprendió el oficio a los 10 años de edad y justo en su cumpleaños onceavo comenzó a trabajar como sastre, “No lo aprendí en la escuela… todo fue empíricamente a como mi papá me iba enseñando”, recordó.
La hechura de un pantalón cuesta 200 pesos, aparte la tela, por lo que la gente prefiere la mayoría de las veces comprar un pantalón que en el mercado puede llegar a costar hasta menos de 200 pesos, aunque se descosa fácilmente, pues no vienen nada reforzados, señaló el profesional del textil.
Apuntó que la entrada de pantalones de segunda mano los ha afectado bastante, pues cada vez son menos las personas que prefieren comprar prendas confeccionadas a mano, “La gente prefiere comprarlo ya hecho porque es más barato”, dijo.
Para el sastre de la 27, a sus 49 años de edad ha aprendido que los pantalones que se compran industrializados duran una o quizás 2 puestas, por lo que ya tiene clientes que frecuentemente lo buscan por la calidad en la elaboración de sus prendas.
A sus pies… para servir a usted
Otro de los oficios que ha trazado un largo caminar en la historia de cualquier pueblo es el del zapatero, desde la época en que realizaban el calzado que usaban los pueblerinos hasta la etapa de las renovadoras.Ambas actividades fueron de gran trascendencia durante décadas, pues a decir de Carlos Vázquez Hernández, toda su familia se ha dedicado a este oficio por muchísimos años.
Carlos cuenta que durante sus 32 años como zapatero ha podido vivir en carne propia las crisis que han azotado al país, ver como la economía se desploma y después pareciera repuntar, pero al final sigue igual o mucho peor.
Su padre dedicó toda su vida a la zapatería “Estamos para servirle, estamos a sus pies” se podía leer allá por los años 80´s, en la parte interna de su taller ubicado sobre la avenida 20 de noviembre donde llegaban decenas de personas a renovar su calzado.
Con sus manos asperas de tanto trabajar y pegamento de contacto en sus dedos, toma la lezna en su mano mientras repara un pequeño zapato de niño, ahí es cuando narra la falta de trabajo, pues apunta que con anterioridad la gente solía reparar con mayor frecuencia el calzado.
Carlos atañe la disminución de trabajo a la gran cantidad de zapatos chinos a precios muy económicos, así como los créditos que dan tiendas comerciales, pues la gente prefiere sacar un zapato nuevo y pagarlo poco a poco que mandarlos a reparar “Ya se vuelven desechables, pues no duran mucho” recalcó.
La esperanza está viva
Algunos oficios se han convertido en toda una tradición. En esta ciudad, por más de 55 años el señor Héctor Velázquez Enríquez ha afeitado y cortado el cabello a cientos de caballeros “Uno se va acabando físicamente, pero vienen otros”, dijo con ánimos de que esta tradición siga viva por más tiempo.
Desde antes de 1960 practica este oficio, y aunque ahora sus manos se notan visiblemente cansadas de tanto usar la tijera, sigue prestando el servicio con el mismo ánimo y gusto de siempre “Gracias a Dios me siento bien y me gusta hacer el trabajo”, indicó.
Aunque la mayoría de los clientes piden siempre el mismo corte, los peluqueros deben buscar actualizarse, pues cada generación viene con sus ideas y uno las tiene que seguir. Por ejemplo, dijo que antes le llamaban casquete al corte número 2 “Antes era el corte Pachuco, ahora le llamamos austero redondo”.
Mencionó que ya han ingresado al nuevo régimen fiscal, donde muchos comerciantes se encuentran temerosos, aunque piensa que deberían estar exentos de pago por llevar años pagando al fisco “Son más de 50 años, el gobierno debería apoyarnos en ese sentido”, apuntó.
El sonido del afilador
Durante más de 45 años, Jorge Cobo Meza ha afilado cuchillos, navajas y tijeras para que sirvan de una mejor manera a las amas de casa y comerciantes, actividad que aprendió de su tío y ha transmitido a todo aquel que desee conocer.
Originario de Ciudad Sahagún, Hidalgo, cada año recorre desde Poza Rica, Tuxpan, Cerro Azul y Naranjos para después llegar a Tampico y en ocasiones hasta Ciudad Victoria, en el estado de Tamaulipas, llevando consigo toda su industria en un pequeño artefacto montable.
Este trabajador recorre largas distancias a pie, donde por todas las calles hace sonar con el pequeño instrumento nombrado “Jaramillo” la inconfundible melodía que anuncia su llegada, sonido que cada vez causa más extrañeza escuchar por las calles de Poza Rica.
Por la poca reutilización de los objetos, la mano de obra encargada de la reparación se ve obligada a desaparecer, pues “ahora todo es desechable”, señaló Cobo Meza.
Íconos del pasado
Una tradición que ha marcado una era generacional en la cultura de los pueblos de nuestro país es el organillo, aunque cada vez son menos las personas que se dedican a llevar estos sonidos a parques, mercados y plazas.
Convertidos en todo un ícono de la historia de México, Antonio Vargas Muñoz, organillero originario de Ecatepec, Estado de México, comentó que su abuelo y su padre le inculcaron este buen oficio, que persiste en los registros fotográficos, películas y en la memoria de muchas generaciones.
Todos los días llevan a cuestas este pesado aparato de más de 40 kilogramos y con casi 50 años de antigüedad, aunque a decir del cilindrero, existen unos con más de 200 años que han estado en México desde la época de la Independencia.
“Éste esta joven, los más viejos que hay son Alemanes”, pues los primeros instrumentos que llegaron a este país a finales del siglo XIX para alegrar las fiestas de la clase alta y después en las verbenas populares, compartió Vargas Muñoz.
Testimonios de vida que han dejado a Poza Rica recuerdos de épocas de bonanza y que ahora tras el paso de los años luchan por seguir vigente en la sociedad para no perder la preferencia ante la ola de cambios que trae consigo el futuro.
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